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Demos la paz

Publicado: 2013-01-20

Me pidió mi hija que dijera algo sobre la paz y lo primero que vino a mi cabeza fue la capital boliviana en el altiplano que rodea al Lago Titicaca. La paz, la verdadera paz, insistió ella, la paz que viene de dentro de cada uno, remató, y me dejó con la mente en blanco, un blanco más puro que el de las palomas a las que les encargan llevar una rama de olivo para anunciar vida después del diluvio universal. Pero resulta que ahora las palomas deben ser exterminadas de nuestras vecindades por ser portadoras de una amenaza a la salud humana en sus heces. Entonces, para mayor confusión, nos traen vida en sus picos y muerte en sus colas.  La mente me quedó en un blanco aún más profundo y la palabra ausente.

Sin embargo, mientras mi lengua se negaba a recorrer este difícil tema, mi mente atinó a moverse entre las neuronas más blancas y recónditas, las que guardan incoherencias de los sueños más profundos e inexplicables. Salió entonces el recuerdo de mi sempiterna e inexplicable afición por el interior las iglesias, precisamente por la paz que me infunden cuando no hay párroco haciendo misa. Nunca supe y no sé si sabré algún día por qué mi estado de ánimo restalla en una especie de felicidad en estado torpe, de demonios personales en reposo. Al ser un hombre de poca fe, encuentro más lógica en imaginarme una vida pasada de cura que en una presencia superior insuflándome paz como premio por mi visita al templo; por lo menos, reencarnándome, esa presencia superior me estaría dando una tarea, una razón de ser, en cada vida en este planeta inhumano.

Claro. Por ahí vino mi explicación de la paz más pura y estable. No la del diluvio que extermina las vidas que la interrumpen, ni la de los espíritus transportados a supuestas vidas pasadas, no. La paz viene del conocimiento indubitable de cuál es nuestra misión en esta vida. Sin importar la importancia que la sociedad le asigne a lo que nos toca hacer, o cuan políticamente correcto lo considere, saber que poseemos la mezcla precisa de talentos para cumplir una misión y disponer nuestra vida para cumplirla es lo que hace que la paz nazca en nuestro interior. Éso explica por qué un cocodrilo o un águila viven en perfecta armonía con su ambiente y consigo mismos aún cuando deben, por su naturaleza, controlar el crecimiento desmesurado de otras especies de las que se alimentan.

Es por esa paz que, quienes sabemos nuestra misión en esta vida, no necesitamos recordar nuestros sueños placenteros y sólo recordamos las pesadillas que nos regresan a la trocha que debemos continuar abriendo en esta selva. Por esa paz podemos caminar por sendas nuevas y lejanas, encontrar nuestras raíces en mundos que suponíamos ajenos y hallar tesoros que siempre estuvieron a la vista de todos. Por esa paz podremos abrazar a la muerte sin la duda de tener algún asunto pendiente.

Publicado en http://el-escarabajo-azul.blogspot.com

por Juanjo Fernández Torres


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El Escarabajo Azul

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